Telenovelas históricas: Propaganda del régimen, entretenimiento y recurso didáctico. El caso de las representaciones de la Independencia.

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La muerte del actor Juan Peláez el pasado día 23 de noviembre abre la oportunidad para evocar la que se recordará como su actuación más valiosa desde el punto de vista histórico: su encarnación del cura Miguel Hidalgo en la telenovela histórica La Antorcha Encendida. Transmitida por el canal 2 de Televisa del 6 de mayo de 1996 a 15 de noviembre de 1996, se trató de la última producción de Ernesto Alonso de una serie televisiva con carácter de medio de divulgación histórica y por casi tres lustros, hasta las conmemoraciones de 2010, fue también la última vez que la empresa de Emilio Azcárraga se interesó por llevar a la pantalla chica algún programa sobre los eventos históricos de México.

2010, el año del Bicentenario de la Independencia y el prácticamente deslucido Centenario de la Revolución, ha sido motivo de polémicas de toda índole, más si se contrasta con los festejos de un siglo atrás; más allá de la discusión en torno al desfile o las obras no inauguradas para tal motivo, la ocasión ofreció para algunos escritores, que no historiadores, la oportunidad de presentar al público una serie de libros de ficción histórica, algunos de muy cuestionable veracidad, tales como la trilogía de Francisco Martín Moreno, Arrebatos Carnales, las cuales no pasarían de ser unas más dentro del catálogo de las tiendas departamentales del hombre más rico de México y a veces del mundo, de no ser por el aparato publicitario por el que se asume como un nuevo Moisés portador de las Tablas de la Ley de la verdad histórica.

Aquellas fiestas patrias, celebradas en el contexto de un gobierno de ideología conservadora y permanente acechado por la sombra de la presunción de ilegitimidad, cuyas bases fundacionales son ni han sido cercanas ni al pensamiento insurgente y menos aún al revolucionario,  han pasado a la memoria como un derroche y exhibicionismo de frivolidades. En tal contexto, ya sin la presencia del “Señor Telenovela”, Ernesto Alonso, fallecido en 2003, las miniseries Gritos de Muerte y Libertad (2010) y El Encanto del Águila (2011), producidas esta vez por el segundo al mando de Televisa, Bernardo Gómez, llegaron a los hogares mexicanos ofreciendo una nueva forma de transmitir visualmente los eventos históricos, ya que en ambos casos estas producciones rompieron el esquema que había caracterizado a las telenovelas históricas al haber sido realizadas con técnicas cinematográficas y en episodios cortos no necesariamente ligados a través de un argumento melodramático y ficticio. A pesar de los avances tecnológicos que claramente se distinguen en la realización, cada una en lo particular deja cuestiones pendientes que al espectador avezado en la historia de los periodos referidos, así como en su ambientación, léxico e iconografía, cala en la inteligencia. El historiador de la UNAM, Ricardo Gamboa, señaló para la ocasión en La Jornada varias de las inconsistencias de la primera serie:

En algunas escenas hay violencia excesiva; por ejemplo, en los acontecimientos de la toma de la Alhóndiga de Granaditas no hay ninguna explicación, y lo presentan como un hecho muy violento. Y sí, hay que decirlo, es verdad que asesinaron a muchos de los que estaban ahí, pero se interpreta como si la toma hubiera sido producto de la ignorancia de las masas. La violencia en la historia tiene causas y explicaciones, pero lo que presenta Televisa es a una bola de desarrapados matando a españoles en la Alhóndiga; lo exhiben de una manera exagerada, sin explicar lo que realmente sucedió.[1]

 

Además del incurrir en el error de presentar a los personajes históricos con atribuciones de un comportamiento actual, el presentismo, acusa la desvirtúo de los acontecimientos y el maniqueísmo de los personajes. Por otra parte, uno de los aspectos dejados de lado y que contrasta con las realizaciones de Alonso, es que la serie falla tanto en las locaciones como en el vestuario, ya que prácticamente no se acude a los sitios originales, los cuales, pese a las modificaciones de que han sido objeto a lo largo del tiempo, han servido para la grabación de los capítulos más trascendentales, y además en no pocas ocasiones se representan a los personajes con atuendos que nada tienen que ver ni con el cargo que ostentan no con la época en que viven y en casos realmente lamentables, ni si quiera guardan parecido alguno con quien dicen representar, lo que lleva irremediablemente a la serie caer en el ridículo en no pocos momentos, casos concretos, los virreyes Iturrigaray y Venegas, los precursores Primo Verdad y Azcárate, un Miguel Hidalgo desquiciado y con una evidente calva de látex, un Morelos sólo reconocible por el paliacate, un ofensivo cavernícola que se quiere hacer pasar como Guerrero y un Iturbide más bien parecido al último Simón Bolívar.

 

Los diálogos acartonados en nada ayudan a la serie y la intención de los realizadores provocar polémica mediante la presentación de eventos en una forma heterodoxa, a nadie dejan indiferente. Precisamente la escena más cuestionada es la del ataque a la Alhóndiga de Granaditas, pues se llega a ese momento histórico sin mayor contexto que la aparente visión de quien sería el bastión intelectual del conservadurismo, Lucas Alamán, pero sin contraste alguno, de manera que la serie toma esta versión como la única verdad, lo que invita a la reflexión del letrado y a la confusión del neófito. El gran ausente es El Pípila, ya que Alamán rechaza su existencia, no así otro de los principales historiadores de la Independencia, Carlos María de Bustamante, a quien se debe la narración más detallada de sus acciones.

Extraña que si la aparente intención era generar polémica no se haya dado lugar a la reflexión sobre posturas antagónicas sino simplemente se presentara una y de manera dogmática, hecho que a la luz de una época de resignificaciones y cambios de paradigmas demuestra que los extremos se tocan al caer en lo que se critica. No obstante que entre los créditos de asesoría histórica se encuentran los nombres de reconocidos historiadores como Enrique Florescano, Rafael Rojas y Javier Garciadiego y, por supuesto, tratándose de Televisa, Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín, varias de las representaciones son, como se dijo, poco serias y hasta ridículas y ofensivas. Sobre este último recae la crítica e indignación del pintor e historiador guerrerense Ricardo Infante Padilla, coordinador del Taller de arte de la Universidad Autónoma de Guerrero: Es una vil mentira el personaje [de Vicente Guerrero] que creó Krauze, quien es un escritor de la derecha y siempre ha sido un bufón”.[2]

Contrariamente, como se mencionó al principio, la interpretación del finado actor Juan Peláez de Don Miguel Hidalgo y Costilla, en 1996 es quizá una de las mejores que se han visto. Otros actores que han llevado esta responsabilidad han sido Alejandro Tomassi, justamente en la serie arriba referida, Demian Bichir, cuya representación del Padre de la Patria es más cercana a Demian Bichir que al cura de Dolores, Juan Carlos Colombo, brevemente en la película biográfica de la heroína michoacana Gertrudis Bocanegra, y en la pantalla de plata Enrique Rambal, Julio Villarreal y Paco Martínez y Felipe de Jesús Haro, cada uno en una actuación acomodada a la época de producción.[3]

El elenco tiene aciertos y desaciertos, pero evidentemente la elección de Peláez encabeza la lista de los primeros seguido por Sergio Reynoso como Morelos, Roberto Ballesteros quien repite como Guerrero (apareció brevemente en el primer capítulo de El Vuelo del Águila en 1994), y todos los virreyes: Sergio Bustamante como José de Iturrigaray, Carlos Piñar como Francisco Xavier Venegas, un impecable Enrique Rocha como Félix María Calleja  y Sergio Kleiner como Juan Ruiz de Apodaca, todos ellos con un parecido muy apegado a la iconografía conocida. Contrastantemente no es posible hacer elogio alguno de María Rojo como Doña Josefa Ortiz de Domínguez, muy por debajo de la nueva versión con la destacable actuación de Lumi Cabazos, un injustificable Ernesto Laguardia como Ignacio Allende, un desconocido Juan José Arjona como Mina, Odiseo Bichir como Fray Servando Teresa de Mier, cuya caracterización está totalmente fuera del personaje y un muy acartonado y robótico René Casados como Agustín de Iturbide.

En la parte ficticia, la trama se desarrolla a través de la rivalidad entre dos familias, Los Foncerrada, americanos y los De Soto, gachupines (de esta familia sólo merece la pena destacar la muy entretenida relación entre los personajes de Juan Ferrara, cuyo físico no asemeja el tipo español, y de Ofelia Guilmain, hijo y madre en la vida real, y yerno y suegra en la telenovela, quienes viven el ocaso del reino de la Nueva España y la lucha independentista en una permanente tensión que se traduce para efectos del guion en una constante serie de insultos muy finos y castizos) .

Son los primeros, los Foncerrada, quienes llevan la trama, pues se trata de una familia americana, construida para los efectos argumentales muy artificialmente, ya que se integra con un representante de cada una de las principales castas en que se dividía la sociedad novohispana, con Humberto Zurita como actor principal interpretando a un joven criollo, quien será en este melodrama el ejemplo de bondad, rectitud y patriotismo, y que por azares del destino y decisión de los guionistas, siempre estará presente en el momento y lugar exacto de los acontecimientos de la guerra de Independencia, obviamente de parte de la causa insurgente.

Siguen sus hermanos Ari Telch, quien lleva el papel antagónico del hermano adoptivo, también de origen criollo, pero éste de carácter voluble y malvado, quien no duda en unirse, curiosamente, al ejército realista, pues ¿cómo habría de desarrollarse un melodrama propio de la principal empresa televisora privada si no es por la contraposición de caracteres entres sus protagónicos? El riesgo es llevar dicha fórmula a la representación de los hechos históricos con lo que se cae irremediablemente en el maniqueísmo como la única explicación visible  del desarrollo posterior de la realidad.

Completan el reparto familiar los hermanastros mestizo, indio y negro, todos quienes serán fieles insurgentes que caerán en combate a lo largo de los once años de lucha. Une a la familia la cariñosa viuda Juana, quien dio crianza a la particular prole, interpretada por una muy deslucida Patricia Reyes Spíndola, si se le compara con su papel anterior en la otra telenovela histórica como Petrona Mori, la madre de Porfirio Díaz.

La producción, como se mencionó, corrió a cargo del “Señor Telenovela”, Ernesto Alonso y el guion fue del historiador Fausto Zerón Medina. La obra, sin embargo, no estuvo al nivel de su antecesora, El Vuelo del Águila, la biografía de Porfirio Díaz, principalmente debido a la inverosimilitud de la trama ficticia, por la artificialidad y pobreza de algunos vestuarios, por lo acartonado de ciertos diálogos y por los actores mal elegidos para personajes de capital importancia.

¿Qué uso se puede dar entonces a este tipo de materiales? ¿Pueden ser un medio eficaz para la transmisión de la historia en el ámbito docente? ¿Es posible considerarlos como un objeto de estudio en sí? ¿Son producto de una legítima y desinteresada intención de brindar al televidente una acertada lección de historia patria? ¿Son un instrumento de legitimación del Estado?

A propósito de la utilidad de este tipo de producciones como un vehículo educativo, en un reciente artículo menciona Miguel Alemán Velasco, quien por muchos años se desempeñó en las más altas esferas de Televisa que, en cierta ocasión, conversando con David O. Selznick, productor de Lo que le viento se llevó, éste le confió a la fórmula secreta del melodrama histórico: “integrar una historia romántica dentro de los eventos históricos más relevantes del país en locaciones originales, con asesorías históricas y de vestuario necesarias para dar realismo y apego a los hechos”. Asegura además que “el resultado fue positivo: la sociedad, en especial la niñez asimiló la vivencia con personajes representativos, los principales hechos de nuestra historia, fortaleciendo los valores cívicos y el respeto a nuestras instituciones, héroes y símbolos patrios”.[4]

Lo dicho por el hijo del ex presidente, el primero que apareció en televisión pone a pensar en cuándo y por qué se realizan las telenovelas históricas. Cierto es que Televisa, Televicentro o Telesistema Mexicano, como nació en el sexenio alemanista, siempre tuvo muy claro su papel dentro del régimen al asumirse como un bastión del sistema y su gente soldados del PRI, de ahí que, para responder a las interrogantes anteriores no sea gratuita la emisión pero a la vez la censura sobre ciertos temas, tal y como lo señala un observador y crítico:

¿A usted no se le hace demasiada casualidad que El carruaje (1972), la telenovela histórica sobre la vida de Benito Juárez, se haya grabado y transmitido justo en el momento que más le convenía a Luis Echeverría Álvarez? ¿No se acuerda usted que todo lo referente a Lázaro Cárdenas fue mutilado de Senda de gloria (1987), durante la primera campaña de Cuauhtémoc Cárdenas a la Presidencia de la República en su primera retransmisión? ¿Qué me dice usted de que la vida del dictador Porfirio Díaz (El vuelo de águila, 1994) haya engalanado el surgimiento del zapatismo y los magnicidios del sexenio de Carlos Salinas de Gortari? Es famosa a nivel internacional la anécdota de que Televisa mutiló todo lo referente a Emiliano Zapata de los capítulos originales de El vuelo de águila para impedir la propagación de los ideales del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. ¿A usted no se le hace sintomático que nomás salió el PRI de la Presidencia de la República, México haya dejado de producir telenovelas históricas?[5]

 

A lo anterior habría que matizar algunas cuestiones. Quizá sea exagerado suponer que la producción y transmisión de El Carruaje, en 1972, obedezca necesariamente a un intento de desviar la atención sobre los  entonces recientes acontecimientos de represión estatal de 1968 y 1971, de los cuales hasta hoy, el nonagenario Luis Echeverría ha eludido toda responsabilidad jurídica. No se percata el autor de la columna que en 1972 se conmemoraba el centenario de la muerte de Benito Juárez. El resto de las aseveraciones resulta plausible, aunque le anónimo autor de la nota no hace referencia alguna a La Antorcha Encendida, la cual no parece estar relacionada con evento político alguno, sino más bien, con la intención de aprovechar el éxito de su predecesora, El Vuelo del Águila.

Sobre Senda de Gloria valdría la pena conjeturar con mayor profundidad sobre el tiempo de su emisión, pues sucede hacia la mitad del sexenio de De la Madrid, periodo amargo en que la conducción del Estado y la economía llegaron a su punto más bajo, lo que contrasta desde el nombre con la intención de la telenovela una oda al régimen posrevolucionario, no a través de la lucha armada, sino desde la promulgación de la Constitución de 1917 hacia la construcción del México que pasó de ser un país de caudillos a un régimen de instituciones, como aquella que patrocinó la producción, el Instituto Mexicano del Seguro Social. Pese a esta evidente injerencia estatal Senda de Gloria es recordada como una de las más impresionantes producciones en materia de telenovelas históricas.

 Más allá del uso estatal que estas producciones puedan o no tener, una buena selección de las escenas trascendentales, mismas que hoy en día pueden descargarse de youtube, gracias al trabajo de recreación y ambientación, pueden servir como una herramienta para la enseñanza de la Historia en esta época en la que la tecnología se vuelve imprescindible para la docencia. Lo dicho arriba por Alemán Velasco puede ser tomado justamente en los dos sentidos que refleja: la telenovela histórica es útil en tanto herramienta de divulgación y a la vez, como un posible objeto de estudio como producto de un determinado contexto político.

Como lo primero, en los tiempos actuales es una lástima que las pasadas producciones del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, aún con un elenco refrescado, muchos de ellos de amplia experiencia teatral, y con toda la tecnología CGI aplicada, no hayan tenido el alcance de las telenovelas de vieja factura, aquellas producidas por Ernesto Alonso y las más antiguas con guiones de Miguel Sabido.

Más lamentable aún si se compara con los trabajos realizados en Chile y Argentina, por ejemplo las muy profesionales series preparadas al menos desde cinco años antes de los festejos, como Héroes: la gloria tiene su precio, Algo habrán hecho, Lo que el tiempo nos dejó e Historia Clínica. Por lo segundo, pareciera que la Historia de México sólo resultó materia prima para oportunistas y manipuladores, los que el historiador Pedro Salmerón, en sus recurrentes columnas en La Jornada llama  falsificadores de la historia, escritores, que no historiadores, quienes mediante best sellers se ostentan como portadores de la verdad histórica, una verdad muchas veces más cercana a la diatriba o al chisme de alcoba que a la investigación seria y documentada. Otra visión fue la de reducir la gesta de 1810 a una película que se queda en el intento más que de llevar la historia mexicana al público infantil, de emular a las producciones de animadas de verano de Walt Disney Pictures con todo y canciones empalagosas, personajes inmunes al paso del tiempo y mascotas humanizadas, tal y como se presentó en como fue el muy cuestionable largometraje de animación Héroes Verdaderos, con talentos de la talla de Brozo y Galilea Montijo en las voces de Morelos y la Corregidora, respectivamente.

Al margen de su contexto político, todos estos documentos audiovisuales pueden constituir en manos del historiador y/o del docente correspondiente un valioso material que, bien empleado, puede ilustrar sobre los hechos pasados así como la mirada de los representa. Ojalá el tiempo y la experiencia sirvan para mejorar o rectificar en otra generación lo hasta ahora andado.


[1] Plagada de inconsistencias, la serie Gritos de muerte y libertad. La Jornada, 15 de septiembre de 2010. http://www.jornada.unam.mx/2010/09/15/politica/009n2pol

[2] Difama serie de Televisa a varios héroes. La Jornada, 18 de septiembre de 2010. http://www.jornada.unam.mx/2010/09/18/index.php?section=politica&article=014n1pol

[4] Miguel Alemán Velasco, La nueva ecuación de la educación. El Universal, 16 de octubre de 2013. http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2013/10/66976.php

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